Escenario poselectoral 

LA ARGENTINA DESPUÉS DEL 40 POR CIENTO® DE MILEI 

El analista político Julio Burdman sostuvo que, tras el triunfo de La Libertad Avanza en las elecciones legislativas, el margen de Milei para proyectar crecimiento económico en la segunda mitad del mandato aumentó sustantivamente. Una entrevista de Ramiro Gamboa. 

Por: Redacción / 28 de octubre de 2025



Doctor en Ciencia Política, analista y profesor universitario, Julio Burdman observa que el triunfo oficialista de las elecciones de medio término de 2025 reabre un ciclo de gobernabilidad y consolida un giro estratégico en la relación con Estados Unidos. En su mirada, el resultado electoral redefine la correlación de fuerzas: Milei recupera iniciativa, gana volumen para negociar reformas estructurales y mejora sus condiciones de financiamiento externo. 


El impacto de los resultados afecta también al peronismo, el cual, según Burdman, ingresa en una nueva crisis de identidad que lo empuja a revisar sus alineamientos internacionales y sus límites ideológicos.


En conversación con El Economista, Burdman repasa el escenario abierto a partir del día después de los resultados. 


—¿Qué lectura política deja el contundente triunfo de La Libertad Avanza con 40,65% en el país en las legislativas nacionales?


—La elección le devolvió a Milei la iniciativa política, porque una primera lectura del resultado muestra que el presidente y su fuerza, reivindicados por el apoyo de más del 40% del electorado, ocupan nuevamente la centralidad de la escena. No emerge de esta elección ningún liderazgo opositor claro, dado que ningún dirigente con proyección nacional fuera del oficialismo quedó bien posicionado.


El único que podría considerarse relativamente fortalecido en el ciclo electoral completo es Axel Kicillof, aunque en este caso su fortaleza proviene de su ausencia en la contienda, que fue estratégica y hoy queda como el único dirigente que conserva un reservorio político propio con proyección hacia el futuro.


Tampoco aparece un discurso alternativo sólido: la novedad de los últimos meses había sido el surgimiento de Provincias Unidas, con una propuesta socioeconómica distinta respecto del oficialismo, aunque ese intento no encontró respaldo en las urnas.


En este contexto, los cambios en el gabinete o una eventual reconfiguración del ala política del gobierno no aparecen como cuestiones centrales. La elección le devuelve a Milei el liderazgo efectivo de la agenda.


—¿Cuál es el tipo de liderazgo que debería asumir Milei en esta nueva etapa que se abre tras los resultados? 


—El triunfo abre un nuevo escenario para Milei. En parte se reactiva la promesa de que algún tipo de diálogo con la oposición va a existir, como ocurrió durante la primera etapa del gobierno.


Ese canal, a mi juicio, se vio interrumpido por el contexto electoral. No se trató de una pérdida de capacidad de diálogo por parte del presidente, sino de que quienes venían conversando con el oficialismo tuvieron que suspender esos contactos para concentrarse en sus propios territorios. Osvaldo Jaldo en Tucumán, Raúl Jalil en Catamarca o Maximiliano Pullaro en Santa Fe debían competir en las elecciones y no podían sostener un vínculo activo con la Casa Rosada. Esa interrupción forma parte de la lógica política de unas elecciones de medio término. Con esa etapa cerrada, Milei queda en condiciones de retomar el diálogo.


Lo peor habría sido verse obligado a negociar desde una situación de debilidad. En cambio, fortalecido por el resultado, puede buscar acuerdos en mejores condiciones. Algo de eso quedó insinuado en su discurso: interés en construir una coalición mayoritaria de gobierno, al menos en el Congreso. 


Para esta nueva etapa aparecen como socios naturales el PRO y distintas fuerzas provinciales que prevé convocar. No sólo los gobernadores de Provincias Unidas, sino también los de Innovación Federal, donde figuran Salta, Río Negro, Misiones y Neuquén. Incluso podrían sumarse algunos gobernadores justicialistas o panperonistas con buen vínculo con la Casa Rosada. 


Ese movimiento luce coherente con la lógica del resultado. En una posición de reafirmación política, Milei puede avanzar en ese camino con mayor comodidad. Hacerlo después de una derrota o de un empate electoral habría tenido un costo mucho más alto.


Además, esta orientación coincide con lo que Estados Unidos espera del presidente argentino. La victoria de La Libertad Avanza, sumada a un entendimiento geopolítico y financiero más cercano con la administración de Trump, configura condiciones favorables para que en esta segunda etapa Milei pueda desplegar un liderazgo de gobernabilidad más efectivo.


—En el plano económico, ¿qué margen real tiene el gobierno para sostener la estabilidad y proyectar crecimiento hacia fin de año?


—El gobierno planteó desde comienzos de este año, incluso desde fines del anterior, que la precondición para poner en marcha un plan de financiamiento, estabilizar la economía en torno a ese financiamiento y asegurar que las inversiones en recursos naturales —energía y minería— se concreten era ganar las elecciones. Había que garantizarles a los agentes económicos que lo prometido podía cumplirse. En ese marco, el margen para proyectar crecimiento en la segunda mitad del mandato creció de manera sustantiva.


Este resultado será recibido de forma positiva en Estados Unidos. Las inversiones directas que permanecían a la espera ahora quedan algo más próximas, porque la condición mínima que exige un inversor es estabilidad política de largo plazo. Trump había marcado que esa estabilidad no se encontraba asegurada si la posibilidad de un triunfo de Axel Kicillof continuaba al acecho. Por eso, lo que acaba de ocurrir puede leerse como una antesala de la reelección de Milei en 2027. Más allá de que entre lo sucedido el domingo y la eventual reelección del presidente median dos años decisivos, la lectura inmediata será que la probabilidad de continuidad de Milei aumentó, y ese dato pasa a formar parte esencial del escenario que se está configurando.


—Después del resultado del domingo, ¿quién puede encabezar hoy la nueva etapa del peronismo? ¿Qué rol tiene en ese esquema un dirigente como por ejemplo Juan Grabois?


—Si se concreta efectivamente la alianza con Estados Unidos, dirigentes como Grabois ya no pueden formar parte de la cultura política argentina y de las opciones de la democracia argentina porque se restringe el margen de acción. Grabois ya no puede tener un rol central. Podría transformarse en algo similar a lo que fue "El colorado" Jorge Abelardo Ramos en el menemismo: una figura que participa del debate, incluso reconocida, aunque más bien folclórica, sin acceso a posiciones relevantes del Estado ni incidencia en la orientación de las políticas públicas principales.


El PRI mexicano mantuvo durante mucho tiempo personajes de ese estilo, ligados al cardenismo o a vertientes más tradicionales del nacionalismo popular. Se los ubicaba en áreas como Cultura, Educación o Desarrollo Social, con algún cargo simbólico, aunque lejos de la mesa en la cual se decide el rumbo del país. Ése parece ser el destino que el peronismo debería asignar a ciertos perfiles dentro de su propia constelación política.


Quienes quedan hoy mejor posicionados son Axel Kicillof, por un lado, y los gobernadores reivindicados electoralmente, por el otro. Aunque estos últimos, al menos en el corto plazo, no se orientan hacia una discusión sobre la reorganización del peronismo. Más bien se enfocan en liderar fuerzas provinciales con cercanía al gobierno nacional de turno.


—¿Qué lectura puede hacerse entonces sobre la vigencia de las distintas corrientes del peronismo —kirchnerismo, axelismo, massismo y peronismo del interior— dentro de este nuevo mapa político?


—El peronismo vuelve a quedar atravesado por su crisis, con una única excepción visible: Kicillof. Quienes se reacomodaron mejor dentro del espacio fueron los sectores más dialoguistas. El campeón electoral del peronismo en esta jornada fue Osvaldo Jaldo en Tucumán, quien obtuvo alrededor del 50% frente al 35% de La Libertad Avanza. En este contexto, ese peronismo dialoguista del interior recupera independencia y no volverá a alinearse automáticamente bajo el paraguas del PJ conducido por Cristina Fernández de Kirchner. Ahí aparece una pieza clave del rompecabezas: los resultados son funcionales a que esos gobernadores retornen a la cooperación con el gobierno nacional.


El cristinismo, el camporismo y otras corrientes vinculadas al ala más ideologizada del peronismo se encuentran más lejos que nunca de ocupar un lugar gravitante en la escena nacional. 


Trump es un factor decisivo en ese desplazamiento. Su irrupción en la política argentina se dio de forma abrupta y el resultado electoral garantiza la continuidad de esa influencia. El presidente estadounidense fue explícito: la alianza que propone para la Argentina excluye a ciertos actores del sistema político local. El mensaje es fuerte. Un sector del kirchnerismo aparece asociado a una postura antisistema, en la medida en que cuestiona consensos básicos de la economía de mercado y desalienta inversiones. Esa caracterización, traducida en la opinión pública, empuja a esas figuras hacia posiciones cada vez más marginales y testimoniales. Los Grabois, los Moreno y otros dirigentes que aspiraban a tener algún lugar relevante en la política nacional aparecen cada vez más lejos de esa posibilidad.


Hoy el peronismo se divide en dos planos: por un lado, un conjunto de dirigentes provinciales moderados, con una visión fuertemente provincialista y enfocados en la negociación con el gobierno nacional, similares al histórico MPN u otras fuerzas territoriales. Por otro, el proyecto de Kicillof, un proyecto de izquierda latinoamericana que genera desconfianza en actores internos e internacionales y cuya viabilidad dependerá de cómo logre escapar a los condicionamientos que Trump coloca sobre él.


Se trata de un cambio profundo en la historia argentina: el ingreso de Estados Unidos en estos términos implica que, si la Argentina avanza en una alianza más estrecha y esta se materializa en compromisos institucionales, acuerdos comerciales y militares, y una inserción en la geoestrategia estadounidense para el continente, la salida de ese esquema se vuelve muy difícil. Pasaría a formar parte de un grupo de países como Chile, Colombia, Brasil o Paraguay, inserto en compromisos de los que no resulta sencillo desprenderse. En ese contexto, ciertos tipos de izquierda dejan de ser posibles. Pueden existir izquierdas moderadas —Lula, Boric, Bachelet, el Frente Amplio uruguayo—, aunque no una fuerza política que firme un memorándum con Irán, que considere que la inflación puede ser positiva, o que impulse acuerdos sensibles con Rusia o China. La alineación con Estados Unidos restringe el margen de acción de las izquierdas más duras del peronismo.


Esta elección impacta de manera profunda en el futuro del peronismo. Lo obliga a convertirse en una fuerza más moderada, a limar las aristas más irritantes de su poliedro político, y a aproximarse a un modelo más cercano al del PT de Lula, en el mejor de los casos. Todo eso en convivencia con un conjunto de caudillos provinciales, históricamente más conservadores que progresistas./